Consejos para conservar la mozzarella

Consejos para conservar la mozzarella

 

Has comprado una estupenda mozzarella en tu tienda de queso o en tu grupo de consumo. Vas a casa tan alegre pensando en la sabrosa ensalada que vas a preparar a tus amigos el fin de semana. Esta mozzarella, piensas, es buena de verdad, no lleva aditivos y está producida artesanalmente con leche de calidad. De repente te das cuenta de que es martes y faltan varios días para el sábado. ¿Se conservará bien? ¿A qué temperatura? ¿Tengo que tirar el líquido que la envuelve? Es un queso fresco y no lleva conservantes, ¿sabrá igual de bien después de varios días?

No te preocupes, te contamos aquí todo lo necesario para triunfar con este queso.

La mozzarella se conserva en su bolsita o tarrina sin retirar el líquido en el que nada. Este es un aspecto de fundamental importancia puesto que el agua de gobierno garantiza el punto de sal que exalta el sabor y además mantiene la mozzarella hidratada.

Como en cualquier otro producto, hay que fijarse en la fecha de caducidad o de consumo preferente. Hay mozzarellas que duran unos pocos días y otras semanas (las que llevan conservantes). Desde luego, es preferible degustarla lo más fresca posible, aunque los puristas de la mozzarella consideran que su punto óptimo lo alcanza al menos veinticuatro horas después de ser producida. Al final de su vida útil, la piel de la mozzarella comienza a perder su firmeza exterior, pero esto no quiere decir que no pueda ser consumida.

En el frigorífico, se aconseja mantenerla en la parte superior, menos fría. De esta manera, se conserva mejor el gusto y la consistencia del producto. Por último, no hay que olvidar sacarla con tiempo del frigorífico para que se temple antes de su consumo. Otra opción, para los despistados, es sumergirla en un recipiente con agua caliente hasta que llegue a la temperatura de 20º aproximadamente, la temperatura ideal a la que debería ser degustada la mozzarella. El frío mata la rotundidad del gusto y aniquila el buen sabor de la leche fresca.

¡Ya véis qué simple!

*Foto cortesía de Emiliano Muñoz @emiliano_mipuntodevista


Rafa y sus vacas

 

A nadie se le escapa ya que la calidad de la leche está directamente relacionada con el cuidado de los animales que la proveen. Y esa responsabilidad recae en el ganadero que las atiende.

Nosotros tenemos la enorme suerte de contar con la leche que nos vende Rafa. Vamos a buscarla a Cogeces de Íscar, un pequeño pueblo asentado junto al Cega, en el fértil valle formado por este río. Su granja está situada al lado de un crucero del siglo XVI, punto donde se cruzaba la cañada oriental leonesa y la burgalesa.

Durante una de nuestras visitas nos cuenta que lleva toda la vida dedicándose a cuidar de las vacas. Su padre las compró cuando tenía cuatro años y nunca ha abandonado el oficio. Aclara que, aunque no puede irse de vacaciones, los animales sí le permiten dedicarse al resto de sus pasiones ¡que no son pocas! baile, natación, idiomas, teatro…

Todos los días acude a su granja al menos dos veces, a mediodía y a medianoche, para cuidar y ordeñar a sus veinte animales. Se nota que está contento por la manera que tiene de tratarlos y por la sonrisa con la que te cuenta pequeñas anécdotas. Sólo se pone serio para comentar lo que menos le agrada de su trabajo. El hecho de que no se lo valoren. Este año ha tenido que vender seis vacas porque el precio al que le pagan la leche es cada vez menor. A la pregunta de cómo ves el futuro, resopla y asegura que él seguirá aquí unos cuantos años más, pero que no quiere que sus sobrinos continúen su oficio.

Sus animales se mueven apacibles por los amplios espacios con los que cuentan. Son vacas de raza Pardo Suizo. Ha ido cambiando las frisonas por las pardas, que dan menos leche, pero de más calidad. Y son más resistentes y tranquilas.

Seguimos su trajín matutino. Se respira armonía y buen hacer en el ambiente. Rafa se encarga primero de la limpieza. La paja que tiene la recibe en trueque por el abono orgánico que producen sus animales y que él limpia con su tractor. Luego, las da de comer. Lo hacen tres veces al día: alfalfa, cebada, pulpa de remolacha, maíz. Y las ordeña dos veces cada jornada. Limpia las ubres, saca la primera leche a mano y luego las coloca la ordeñadora. Unos setecientos litros de leche diarios.

El resultado es un producto de calidad, honesto, cuidado y limpio. La leche con la que tenemos el orgullo de hacer nuestros quesos.

Nuestro deseo: honrar el trabajo de nuestro amigo comprando toda su leche a un precio justo. Vivir dignamente del medio rural es posible. Apostamos por ello.


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