Unimos cultura y gastronomía

Unimos cultura y gastronomía

 

A nosotros, amantes de lo gastronómico y de lo cultural, no nos cabe duda de que ambas pasiones están relacionadas. Al fin y al cabo, un bocado de los verdaderamente deliciosos produce sensaciones similares a las que experimentamos cuando nos emocionamos viendo una obra de arte, escuchando una música particular o visitando un lugar único. Eso nos ocurre a nosotros con el castillo de nuestro pueblo.

La magia comienza ya en la antiquísima puerta. Conviene bajar la cabeza para no golpearla con el travesaño y mirar al suelo para no tropezar. Al levantar la vista nos toparemos ya con la sonrisa y la cordialidad de quienes nos reciben, los miembros de la Asociación de Amigos de los Castillos. Ellos se ocupan de gestionar la entrada al monumento. Y de mucho, mucho más. Su trabajo desinteresado contribuye a que el castillo forme parte del presente del pueblo de una manera muy dinámica. Encontrar personas tan entusiasmadas por la cultura hace que Portillo nos cautive todavía más.

Y el embrujo continúa en el interior del castillo. Allí podemos jugar a imaginar cómo vivieron sus habitantes en el lujoso palacio que albergaba dentro, cómo atacaban los enemigos un castillo construido para ser un lugar casi inexpugnable o cómo serían las fiestas que conmemoraban las victorias. Podemos sentirnos personajes de época al subir a la torre del homenaje, desde donde comprobaremos cómo la fortaleza domina toda la llanura circundante. Y también podemos dejarnos llevar por la curiosidad descendiendo por las escaleras de caracol que rodean el profundo y excepcional pozo situado en mitad del patio de armas.

Como no podía ser de otra manera, os sugerimos unir estas dos pasiones. A aquellos que queráis venir a conocer nuestra quesería, os proponemos además una visita guiada al castillo. Abrimos nuestras puertas una vez al mes. Consultad nuestro Facebook. Pero también podéis contactarnos para concertar una visita particular en cualquier momento. ¿Os animáis?


De Madrid a Portillo

 

Una de las primeras preguntas que asalta a alguien que se traslada a un pueblo desde una gran ciudad como Madrid es si se adaptará. Los ritmos, las formas de hacer, las prioridades, todo es distinto. Nuestra familia decidió vivir en Portillo, un pueblo a unos veinte kilómetros al sur de la ciudad de Valladolid. Allí está el local donde hemos instalado nuestra pequeña quesería, en el Centro Provincial de la Artesanía. Nos pareció una buena oportunidad para cambiar una forma de vida que no nos satisfacía y un lugar idóneo para criar a nuestros hijos. Y, desde luego, ha sido todo un acierto.

Portillo es un pueblo único. Es un sitio rodeado de pinares, donde la gente todavía se saluda al cruzarse por la calle aunque no se conozca, solo por educación, donde hay un maravilloso castillo, muy activo culturalmente, un lugar en el que siempre hay alguien dispuesto a charlar o a echarte una mano, un pueblo lleno de artesanos que nos deleitan con sus maneras de hacer y tantas otras cosas que os iremos contando.

Para nosotros, foráneos, llegar a Portillo ha sido sentirnos en casa rápidamente y no a una casa vacía sino a un lugar inquieto, activo, con personas dispares que lo hacen especial.


¿Cómo se hace la pasta hilada?

 

Seguramente todos los amantes queseros sabéis que existen una serie de quesos elaborados con una técnica conocida con el nombre de pasta hilada. La mozarella es el más famoso, pero no el único. Normalmente se hacen con leche de vaca o búfala, por ser estas las idóneas para ser hiladas.

¿Cómo se hace? Se parte de una cuajada similar a la de otros quesos, cuajada que debe alcanzar una temperatura elevada metiéndola dentro de agua muy caliente. Este tratamiento térmico permite fundir las proteínas y alinear sus fibras. El hilado consiste en estirar repetidas veces esa cuajada caliente con las manos hasta que alcanza el punto óptimo para darle la forma deseada. En Quesería Zucca, Salvatore ha elegido la forma de calabaza del peregrino, la trenza, las bolitas… pero las posibilidades son infinitas. Después, esos quesos deben ser enfriados rápidamente con agua muy fría para que no pierdan su atractivo aspecto.

Sin duda, es un proceso de producción muy artístico, las manos del maestro quesero son fundamentales para el resultado final. Artesanía en estado puro. ¿Os gustaría venir a verlo? Pronto tendremos visitas para el público los fines de semana. ¡No os las perdáis!


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